
La maravilla del dolor
noviembre 21, 2023Hay quienes afirman que la resiliencia es uno de los grandes misterios de la esencia humana, un enigma tan profundo como el aliento de la creatividad o el ardiente anhelo espiritual que nos impulsa hacia adelante, buscando siempre comprender lo incomprensible. Una danza de fuerzas internas que definen y rediseñan nuestra existencia. Las primeras teorías aseguraban que era un don de la genética, como si estuviera escrito que unos nacerían con este poder y otros no. Aunque hay un suspiro de verdad en ello, la evidencia empírica nos nuestra algo muy diferente: la resiliencia, al igual que una melodía, puede ser aprendida y entonada por cualquier alma dispuesta a escuchar.
En las elegantes páginas de los estudiosos mas reconocidos en el campo de la resiliencia, encontramos una poderosa afirmación que no sólo resuena en la mente, sino que también late con fuerza en el corazón: «Las personas resilientes, con una determinación inquebrantable, poseen una aceptación obstinada de la realidad, una profunda y inquebrantable convicción de que la vida, a pesar de sus desafíos, tiene un sentido profundo, y una habilidad sorprendente y casi mágica para improvisar ante lo inesperado». Esos tres faros luminosos son los que guían con firmeza a través de la más espesa y oscura niebla de los desafíos. Y yo, sin un atisbo de duda, estoy plenamente de acuerdo con esta perspicaz observación.
El optimismo, esa chispa luminosa que nos impulsa a buscar siempre el rayo de luz en la oscuridad, ha sido frecuentemente confundido con la resiliencia. Pero no son términos intercambiables. Mientras el optimismo, en su versión más ingenua y desenfrenada, puede adornarnos con lentes de color rosa y ocultar las realidades crudas que enfrentamos, la resiliencia nos enseña a reconocer esos abismos, a enfrentarlos y a encontrar formas de superarlos o aprender de ellos. Es el equilibrio entre la esperanza y la realidad, entre el deseo de un futuro brillante y el entendimiento del presente complejo.
Para muestra basta un botón, a los sobrevivientes de una de las más oscuras páginas de la historia: el Holocausto. Los psicoanalíticas, en sus incontables investigaciones, se toparon con un término que resumía su fortaleza: un «escudo plástico». Curiosamente, uno de esos componentes era el humor, a veces tan negro como la misma noche que vivieron, pero que les permitía tomar un respiro, mirar la tragedia desde otro ángulo, y seguir adelante.
El ser humano tiene una sorprendente capacidad para hallar luz en los lugares más oscuros, para reír incluso cuando el alma llora. Tomemos como ejemplo a aquellos valientes sobrevivientes de uno de los capítulos más sombríos y dolorosos de nuestra historia: el Holocausto. En su esfuerzo por entender y descifrar la psicología de aquellos que lograron resistir y superar tan atroz experiencia, los psicoanalistas acuñaron un término emblemático para describir esa armadura interna: un "escudo plástico". Este escudo no era rígido, sino maleable, adaptándose a las circunstancias, permitiendo a su portador sobrevivir a la adversidad. Y, de forma inesperada, entre los elementos que componían este escudo, emergió el humor. Un humor a veces tan oscuro como las sombras que les envolvían, pero que les otorgaba una pausa, una forma distinta de procesar el dolor, de ver el horror desde una perspectiva que, aunque retorcida, les permitía continuar un día más. Es el testimonio del indomable espíritu humano, que incluso en las peores circunstancias, busca y encuentra formas de perseverar.
El humor es como una brisa fresca en un día sofocante o como un rayo de sol que se cuela entre las nubes grises. Posee la extraordinaria habilidad de cambiar nuestro enfoque, transformar el panorama y mostrarnos destellos de esperanza en paisajes llenos de desesperación. Su esencia radica en encontrar alegría en medio de la desolación, y en revelar verdades ocultas con una carcajada o una sonrisa irónica. En mis propias historias, he descubierto que el humor es una herramienta valiosa y un refugio. He hallado consuelo en la risa, he usado el sarcasmo como escudo y he permitido que los recuerdos, incluso los más agridulces, actúen como bálsamos para las heridas del alma. Porque, en última instancia, el humor nos recuerda nuestra humanidad y nuestra capacidad para sentir, reír y seguir adelante, a pesar de las adversidades.
La flexibilidad nos permite adaptarnos a las cambiantes mareas de la vida; el propósito nos da dirección y sentido; y la improvisación nos capacita para enfrentar lo inesperado. Estas no son habilidades innatas que poseemos desde el nacimiento, como un tesoro heredado. Más bien, son dones que podemos desarrollar y pulir con el tiempo y la experiencia. Soy uno de esos entusiastas que sostienen que en lo más profundo de nuestro ser radica el catalizador de la resiliencia: la voluntad. Es esta voluntad la que aviva las llamas de la determinación y la que nos impulsa a avanzar, incluso cuando el camino se torna espinoso. Como bien señala Cyrulnik, «el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional». El sufrimiento, ese peso constante que amenaza con aplastar nuestro espíritu, es al final del día una elección. Tenemos el poder de decidir cómo enfrentarlo, cómo procesarlo y, finalmente, cómo superarlo.
Esta voluntad inquebrantable, unida intrínsecamente a nuestro intelecto y emociones, es un eco, una resonancia de lo divino que habita en cada uno de nosotros. Es como si, en el instante primordial de nuestra creación, Dios hubiera soplado dentro de nosotros un aliento indestructible, imprimiéndonos con una chispa eterna. Esa chispa es la que nos otorga la fortaleza para elevarnos por encima de las tormentas, para luchar contra las corrientes contrarias, y para encontrar luz en los rincones más oscuros de la existencia. Es el recuerdo permanente de nuestra conexión celestial y la promesa de que, independientemente de las adversidades que enfrentemos, llevamos en nuestro ser una esencia inmutable y divina.
La antigua civilización china, con su profundo conocimiento acumulado a lo largo de milenios, tenía una perspectiva única sobre la crisis, viéndola como un juego de contrarios: un entrelazamiento de peligro y oportunidad. A pesar de que las discusiones lingüísticas puedan cuestionar la precisión de esta interpretación, lo que realmente importa es la esencia del mensaje, que trasciende el mero juego de palabras. Propone que en cada obstáculo o adversidad que enfrentemos, yace en su sombra una oportunidad, un rayo de esperanza. No se trata sólo de superar un desafío, sino de transformarlo, de convertirlo en un trampolín hacia algo más grande. Sin embargo, para hacerlo, es esencial poseer la determinación y la voluntad de mirar más allá de lo aparente, de buscar y desentrañar esa promesa oculta en el núcleo de cada dificultad.
La verdadera resiliencia no es simplemente sobrevivir a la tempestad, sino más bien navegar a través de ella y descifrar los secretos que esconde. Es encontrar propósito y significado en medio de la crisis, reconocer que cada relámpago, por muy intimidante que sea, ilumina una lección. Es entender que, detrás del rugir del viento y el azote de la lluvia, hay un mensaje esperando ser oído. Es una de las ironías más profundas de nuestra existencia: a menudo, las verdades más fundamentales y esenciales para nuestra vida son aquellas que descubrimos al final, después de un largo y tortuoso viaje. Es como si la vida nos pusiera a prueba, desafiándonos a aprender y crecer, mostrándonos que, a menudo, el conocimiento más valioso surge de las experiencias más desafiantes. Es la paradoja de la vida, donde lo que primero deberíamos saber es, a menudo, lo último que comprendemos.